¿El mundo contra Rusia?
Juan Ignacio Brito Profesor de la Facultad de Comunicación e investigador del Centro Signos de la U. de los Andes
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“No a la invasión”, reza un epígrafe ubicado en la parte superior de la pantalla de toda transmisión de la Liga Española de fútbol. Como esta, las señales de apoyo a la causa ucraniana se multiplican en Europa y Estados Unidos: banderas celeste y amarillo, consignas, marchas, discursos. Pareciera ser que se trata del mundo contra Rusia.
La censura es ubicua en Occidente. “Es una lucha entre la libertad y tiranía”, sostiene Joe Biden, agregando que la “democracia siempre prevalece”. Unas palabras más propias de los 90, cuando la democracia avanzaba bajo el impulso unipolar norteamericano, que del siglo XXI, cuando las autocracias cobran nuevo aliento y el mundo se mueve hacia la multipolaridad.
“La realidad es muy distinta de la que se relata desde Washington o Bruselas. Importantes potencias parecen considerar que la guerra en Ucrania es una manifestación del inevitable choque entre Occidente y ‘el resto’”.
Pero la realidad es muy distinta de la que se relata desde Washington o Bruselas. La narrativa del “mundo versus Rusia” tiene poco asidero. Importantes potencias se han mantenido al margen. Muchas parecen considerar que la guerra en Ucrania es una manifestación del inevitable choque entre Occidente y “el resto” que comienza a asomar en el horizonte geopolítico.
Para algunos países, la postura norteamericana y europea es cínica. Ahora que ni la UE ni Washington poseen el poder que tuvieron hasta hace poco, hay quienes se atreven a hablar desde el resentimiento que han acumulado por años. Es el caso, por ejemplo, de Sudáfrica, cuya embajadora ante las Naciones Unidas rehusó censurar la invasión rusa y acusó, en cambio, a Estados Unidos y sus aliados occidentales de haber violado en el pasado la Carta de la ONU y de buscar ahora ventajas estratégicas al tratar de imponer una condena contra Moscú.
Otros, en cambio, simplemente buscan proteger sus intereses. India, aliado de EEUU en el grupo “Quad”, suscribió en 2021 un acuerdo con Rusia para la fabricación conjunta de armas y la importación de tecnología militar rusa, un entendimiento que promete asimismo aumentar el intercambio comercial, especialmente en lo relativo a combustibles y energía. No sorprende entonces que Narendra Modi, el primer ministro indio que esta semana visita Europa, evite tomar partido y no se sume a las sanciones. Ni que Biden haya calificado a India de ser un socio “inestable”.
Tampoco China se ha inclinado a favor de castigar a Rusia. Aunque muchos estiman que Xi Jinping podría ejercer un rol moderador en Putin, lo cierto es que Beijing se ha abstenido de criticar a Moscú. Todo lo contrario, el ministro de Relaciones Exteriores chino sostuvo hace pocas semanas que Rusia es el “mayor socio estratégico” de China.
A raíz de su progresiva rivalidad con Occidente, Putin ha ido cultivando relaciones con Asia Central, Medio Oriente y Asia Oriental. Por ejemplo, participa activamente en OPEP+, el grupo de países exportadores de petróleo que ha rehusado la solicitud de Washington de aumentar la producción de crudo para provocar una caída en los precios. Y en Extremo Oriente, Japón (otro miembro del “Quad”) se ha sumado nominalmente a las sanciones, pero declaró que eso excluye el suministro de combustible y los proyectos energéticos ya comprometidos con Moscú.
Lejos de estar aislada, en realidad Rusia se está alejando de Occidente, resolviendo un dilema que ha dividido por siglos a la élite de ese país: ¿Es Rusia un país europeo cuyo desarrollo está vinculado a Occidente? ¿O es una potencia euroasiática a la cual Occidente siempre ha tratado de debilitar y cuyo destino está en Oriente? La invasión a Ucrania y sus consecuencias aclaran, sin lugar a duda, esa disyuntiva.